El 30 de diciembre, por decreto, el Gobierno elevó los impuestos a los combustibles líquidos y el del dióxido de carbono. Las empresas automáticamente lo trasladaron a tarifas. Un equipo de FARN analiza por qué la cuenta de las fiestas la pagamos todos y propone alternativas.
Por Ariel Slipak, Guillermina French y Matías Cena Trebucq* | “Se despertó el bien y el mal, la zorra pobre al portal, la zorra rica al rosal y el avaro a las divisas”. Joan Manuel Serrat, en su canción “Fiesta”, describe como, bajo un manto de guirnaldas, la fiesta iguala momentáneamente a pobres y ricos. Por una noche, “nos olvidamos que cada uno es cada cual”. Terminada la fiesta, con “la resaca a cuestas, vuelve el pobre a su pobreza y vuelve el rico a su riqueza”.
Sin embargo, las fiestas en Argentina tienen una particularidad. Por lo general, en esos días se emiten decretos o se efectúan cambios en la tributación y esquemas tarifarios, lo que hace que los pobres tengan menos herramientas para afrontar esa “resaca”, y que los ricos puedan prolongar “la fiesta”.
Este año, el incremento de esa brecha de privilegios entre grandes compañías y la población en general tiene como artilugio lo que aquí vamos a llamar la particular ‘fiscalidad de los fósiles’. No es algo que genere un incremento en la desigualdad en términos fiscales comparable con el RIGI, un blanqueo sin pago de tributo alguno conviviendo con un IVA del 21%, o con la reducción de espacios de política social, educativa y de salud.