El metano no debe considerarse solo un problema ambiental, sino una crisis que amenaza la estabilidad climática y la salud pública. Abordar este desafío es crucial no solo para el bienestar del planeta, sino también para las futuras generaciones que dependerán de un ambiente saludable y sostenible.
El metano (CH4) es un gas de efecto invernadero 28 veces más potente que el dióxido de carbono en términos de capacidad de atrapar calor en la atmósfera a lo largo de un período de 100 años y hasta 80 veces más potente durante un período de 20 años, lo que lo convierte en el segundo gas de efecto invernadero más relevante después del CO2.
Esto significa que, aunque las emisiones de metano son menores en volumen y su duración en la atmósfera es más corta (alrededor de una década), su impacto en el calentamiento global es significativo, siendo responsable de aproximadamente el 25% del calentamiento actual en el planeta y puede acelerar drásticamente el cambio climático.